Baltasar Garzón, estuvo entre nosotros

[pullquote align=»left|center|right» textalign=»left|center|right» width=»30%»]Discúlpeme; ¡¡Yo nunca supe!![/pullquote]
Se presentó invitado al Paraguay por la Dirección General de Verdad, Justicia y Reparación, dependiente de la Defensoría del Pueblo, con el apoyo de la Embajada Argentina en Paraguay y organizaciones de derechos humanos. Ya es tarde para decir; “…discúlpeme; ¡Yo nunca supe!”, todos los paraguayos debiéramos prestar juramento que siempre seremos ciudadanos informados, críticos e indignados. Es lo mínimo que nos debemos imponer como pena ante tan dolorosa e infamante verdad.

La prensa nacional le pregunto a Garzón, si está enterado de la situación de los derechos humanos en Paraguay, dijo que conoce el informe que ha hecho el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas. «Un informe bastante completo, desde mi punto de vista contundente y duro que creo que debe llamar a la reflexión para mejorar en cada uno de estos ámbitos, Ejecutivo, parlamentario y sobre todo desde el Poder Judicial, para implementar las acciones necesarias a fin que los derechos humanos queden debidamente protegidos», dijo.

Cada vez más, a medida que se dé a conocer el informe de la Dirección General de Verdad, Justicia y Reparación, unos paraguayos leerán, verán y oirán a otros paraguayos decir que ellos nunca supieron que en Paraguay se torturó a decenas de miles de personas entre 1954 -1989.

Invariablemente los primeros reclamarán en contra de los segundos señalándoles los múltiples medios que les hubiesen podido informar de tan macabra verdad. Sin embargo, los segundos señalarán que no tenían acceso a ellos o que pensaron que mentían.

Normalmente la discusión terminará con la desagradable sensación de que alguien está mintiendo. Y quizás, más de una vez aunque no siempre, no lo estará haciendo nadie.

No es primera vez que esto ocurre. Jonathan Glover, en su libro “Humanidad e inhumanidad”, describe las horribles matanzas del siglo XX y se pregunta cómo pudieron ser realidad.

Nos invita a un verdadero viaje al abismo del horror. Se trata de nada menos que 86 millones de muertos entre 1900 y 1989, es decir, 2.500 personas por día, o sea, cien por hora, las veinticuatro horas del día, durante noventa años.

Aborda la escalofriante tarea de explicarse cómo un soldado raso del ejército soviético en Afganistán, antes de tres semanas de combate se convierte “en otra cosa (…) Esta nueva persona no tiene que imaginar: conoce el olor de las tripas de un hombre que cuelgan fuera del cuerpo; el olor del excremento mezclado con sangre”.

O ese joven soldado de Vietnam que declaraba que “tras matar al niño, perdí la cabeza. Y una vez que empiezas, es muy fácil seguir”.

Glover reflexiona acerca de otra inquietante realidad moral: el silencio de millones de espectadores. Bajo la ocupación nazi esta incapacidad de ver, escuchar y actuar llegó a límites increíbles de aceptar previamente.

Cerca de los hornos crematorios era imposible no saber de las espeluznantes columnas de humo. Sin embargo, una mujer declaró que “la gente sufría terriblemente por el hedor. Mi padre se desmayó varias ocasiones por haber olvidado cerrar por la noche las ventanas de tal modo que no quedara resquicio alguno”. Y no faltó una mujer que envío una carta donde pedía que “se ordene poner fin a esos actos inhumanos, o bien que se realicen donde nadie los vea”.

Los ejemplos que destaca parecen extremos, y lo son. ¡Pero ocurrieron! Pues, ¿de qué otro modo se puede eliminar 86 millones de personas sin que toda la humanidad reaccione en contra? Quizás nos ayudará a comprender un ejemplo más cercano.

Selma Hecimovic cuidaba mujeres bosnias violadas durante la guerra acaecida hace poco más de una década: “Cada vez que recojo una declaración de estas mujeres y que vosotros, periodistas, deseáis entrevistarlas, me imagino la gente que, desinteresada y sentada en una bonita casa ante una hamburguesa y una cerveza, cambia una y otra vez de canal de TV.

No sé realmente qué más tiene que suceder aquí, por qué otros sentimientos tienen que pasar los musulmanes… para que el supuesto mundo civilizado reaccione”.

Los seres humanos reaccionamos instintivamente con compasión ante el dolor ajeno. Un niño que llora solitario en la calzada nos invita a protegerlo de inmediato. Una persona desconocida que es atropellada en medio de la calle provoca una ola de solidaridad y curiosidad inmediatas.

Sin embargo, y así nos lo enseña a perpetuidad la parábola del Buen Samaritano, agobiados siempre por nuestros problemas y resguardando celosamente nuestras seguridades, muchas veces volvemos las espaldas al dolor ajeno y ante el pecado propio. Lo hacemos para no verlo y no sentirnos afectados moralmente por él.

Paso con las dictaduras latinoamericanas, en donde muchas veces evadimos nuestra responsabilidad simplemente diciendo: “Yo no soy responsable; la culpa es de los otros; yo no hice nada malo, seguí trabajando y siendo un buen ciudadano; yo no podía hacer nada”.

Muchas veces negamos la realidad que nos molestaba. Como el paciente que ha sido informado por su médico que va a morir, continúa haciendo planes de largo plazo pues no ha querido escuchar la mala noticia.

Así fue que centenares de miles de latinoamericanos huyeron y, siguen huyendo de las dictaduras solapadas desde hace casi medio siglo, porque no fueron capaces de mirar cara a cara la realidad.

Hoy están frente a la demanda de los ex torturados paraguayos que ya «fue admitida» por la justicia del vecino país y ya existe un pedido de informes a Paraguay, reveló Garzón al indicar haberse enterado de que el Ministerio Público paraguayo se encuentra elaborando un informe para remitir a Buenos Aires. El ex juez español dijo que la demanda fue planteada en el marco de «la jurisdicción universal».

Ya no se puede negar una realidad mediante el lenguaje, aunque hablemos hoy de “bajas”, “fuego amistoso”, “daños colaterales”, “solución final”, “burgueses capitalistas”, “virus izquierdoso” o “antipatriotas humanoides” para referirnos a asesinatos, matanza de civiles, el exterminio, o la muerte de seres humanos y compatriotas, ocurrido en estas tierras americanas.

Negamos esta realidad porque no tenemos un diagnóstico sólido de la naturaleza humana. Kant se admiraba y veneraba “el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”. Lamentablemente los seres humanos no siempre somos así de buenos.

LA HIPOCRESÍA DE LA POLÍTICA

Los paraguayos de los años 1954 -1989 nos creíamos los “forjadores de la familia paraguaya” y que entre nosotros no ocurrirían los excesos de otros países “bananeros” de América Latina. Vivíamos bien y dormíamos con las ventanas abiertas, éramos los privilegiados de América, nada sabíamos de la violencia contra nuestro pueblo, porque los medios de comunicación, no nos informaban.

Hoy se nos presentan con tal hipocresía frente a nosotros, que poco sabemos de los atropellos que ocurren en el país. Pero la realidad muchas veces es difícil de tapar, la derecha no ha cambiado, sigue con las viejas formulas impuestas a punta de fusil. Ignoran que el pueblo, y la política han cambiado, que la economía ha cambiado, que los países han cambiado.

Un caso emblemático es el chileno, y el triunfo de Michelle Bachelet. De eso no hay duda. Existe inconformidad en el país con el modelo chileno. Hace más de una década que los chilenos piden; «…llamar a una Asamblea Constituyente, y cambiar la constitución». Si la electa Bachelet no logra hacer lo prometido, el próximo periodo será ingobernable para el que asuma.

¿Por qué? Porque este ha sido un largo proceso que tuvo su aparición con la “movilización pingüina” el año 2006, donde los estudiantes secundarios con grandes movilizaciones sociales, lograron instalar los grandes problemas sociales de Chile, y que terminara destruyendo los pilares del injusto modelo chileno.

El no saber de la crueldad siempre potencial del ser humano y/o el creernos excepcionales ayudó mucho a no ver la dolorosa realidad. El informe de la Dirección General de Verdad, Justicia y Reparación, sobre la detención política y la tortura nos ayudará a combatir tamaña y mortal inocencia. Quienes alegan no haber sabido harían bien en no negar más la realidad y leerlo.

Todos los paraguayos debiéramos prestar el juramento que siempre seremos ciudadanos informados y críticos e indignados. Es lo mínimo que nos debemos imponer como pena ante tan dolorosa e infamante verdad.

La visita de Garzón se da en el contexto de trabajos por la reparación histórica y el combate a la impunidad reclamados por víctimas de la dictadura stronista, entre los que se incluyen procesos locales e internacionales de demandas por crímenes de lesa humanidad.

Diciembre 2013.-

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